BLOQUE 6. LA CONFLICTIVA COSNTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL
(1833-1874)
6.3.1. EL SEXENIO DEMOCRÁTICO: LA REVOLUCIÓN DE 1868 Y LA CAÍDA DE LA
MONARQUÍA ISABELINA.
El Sexenio
fue un periodo de fuertes cambios que constituyó el primer intento de
establecer una democracia tal como se entendía en el XIX, es decir, basada en el sufragio universal
masculino. Comenzó con el destronamiento de Isabel II y concluyó con la proclamación
de Alfonso XII como rey. En estos seis años se sucedieron una regencia, una
nueva monarquía, una república, y, finalmente, la restauración de los Borbones.
El Sexenio
comenzó en Septiembre de 1868
con la llamada Revolución Gloriosa que provocó la expulsión del trono de Isabel II.
Inicialmente fue un pronunciamiento militar que contó después con apoyo
popular.
Las
circunstancias y factores que la causaron fueron varias.
1) Desde que O’Donnell y la Unión Liberal
dejaron el poder en 1863 se abrió una crisis política: los gobiernos
moderados fracasaron en su gestión económica e impusieron una política autoritaria
y antipopular que generó una oposición cada vez más amplia.
2) En 1866 apareció una crisis
económica mundial (reducción de plantillas en las fábricas y la subida de
precios) que aumentó el malestar social. Progresistas, demócratas y,
finalmente, los unionistas firmaron el Pacto
de Ostende (1866) por el que se comprometían a expulsar del trono a
Isabel II y a convocar unas Cortes Constituyentes por sufragio masculino.
La
Revolución Gloriosa y el Gobierno Provisional (1868-1869)
En septiembre de 1868 se
“pronunciaron” en Cádiz el general Prim y
el almirante Topete. Las tropas enviadas
por el gobierno para sofocar el levantamiento fueron derrotadas en el Puente de
Alcolea (Córdoba) por el general unionista Serrano. Simultáneamente estallaron sublevaciones
populares en las ciudades, con la formación de Juntas y grupos de la Milicia Nacional.
El gobierno dimitió e Isabel II, que tomaba los baños en San Sebastián, huyó a
París.
Los partidos firmantes del Pacto de
Ostende formaron un Gobierno Provisional, con exclusión de los demócratas, que intentó calmar los ánimos
populares con medidas como: la ampliación de las libertades, la supresión del
impopular del impuesto de consumos, libertad de culto y otras, aunque exigió la
disolución de las Juntas y de la Milicia Nacional. Así mismo convocó elecciones
mediante sufragio universal masculino.
Las Cortes constituyentes elaboraron
una una nueva Constitución (1869)
que se considera la primera democrática. Establecía:
a) Monarquía parlamentaria
democrática.
b) Proclamación de la soberanía
nacional y de la división estricta de poderes: el legislativo correspondía en
exclusiva a las Cortes y el ejecutivo al rey.
c) Limitación de los poderes de la Corona bajo el lema de “el rey reina pero no gobierna”.
d) Ampliación de los derechos y
libertades ciudadanas, con sufragio masculino.
e) Separación de la Iglesia y del Estado.
Los aspectos más debatidos fueron la
forma de Estado (monarquía o república) y la cuestión religiosa.
La Regencia
del general Serrano (1869-1870)
España era una monarquía sin rey. Se
estableció una Regencia que asumió el general Serrano. El gobierno, presidido
por el general Prim y con Figuerola como ministro de Hacienda, puso en marcha
una política económica fuertemente liberal: impuso un arancel librecambista, liberalizó
las explotaciones mineras (lo que permitió la entrada de numerosos
capitales extranjeros) y puso en marcha la nueva moneda: la peseta.
Esta línea de actuación satisfacía los
intereses de la burguesía representada por el partido progresista, pero no fue
del agrado de los sectores republicanos y populares.
El gobierno tuvo que afrontar muy
pronto la oposición de estos sectores que promovieron movilizaciones e incluso
algunos intentos insurreccionales.
Al margen de estos problemas sociales,
el asunto más acuciante para Prim era encontrar un rey para el trono español.
Se barajaron diversos candidatos:
Espartero, Duque de Montpensier y Leopoldo de Hohenzollern. Finalmente Prim
optó por Amadeo de Saboya, el hijo del rey de Italia Víctor Manuel, que acababa
de lograr la unificación italiana.
6.3.2. LA BÚSQUEDA DE ALTERNATIVAS POLÍTICAS, LA MONARQUÍA DE AMADEO I, 1871-1873.
El reinado comenzó mal: pocos días
antes de llegar a Madrid fue asesinado Prim, el jefe de gobierno que hubiera
podido ser el principal apoyo de Amadeo.
Desde el principio este rey tuvo que
hacer frente a numerosos problemas y a un amplio abanico de fuerzas opositoras:
a) La Iglesia ,
contraria a las medidas secularizadoras del Sexenio y reacia a aceptar
al hijo de Víctor Manuel, el unificador de Italia que había suprimido los
Estados Pontificios.
b) La nobleza,
organizada en torno al partido alfonsino de Cánovas del Castillo y
defensora, por tanto, de un monarca Borbón.
c) Los carlistas,
defensores de los derechos de Carlos VII, se alzaron en armas en la tercera
guerra carlista).
d) Los republicanos,
opuestos a la monarquía, persistieron en sus intentonas insurreccionales.
e) El Movimiento Obrero
revolucionario: la AIT
(Primera Internacional Obrera) fundada en Londres en 1864, llegó a España en
1871 con planteamientos anarquistas que contribuyeron a elevar la conflictividad
social.
f) Los independentistas cubanos
iniciaron la primera rebelión contra la dominación española (“guerra larga” de
1868-78) complicando aún más el panorama político.
A estos problemas externos al sistema se agregaron otros
provocados por los partidos que habían impulsado la Revolución gloriosa y
apoyado la monarquía de Amadeo: el unionista, el progresista y el demócrata.
Éstos se reorganizaron en el partido Constitucionalista,
dirigido por Sagasta, y el partido Radical, liderado por Ruiz Zorrilla.
Incapaces de acordar una política
común para afrontar la debilidad de la monarquía, se enzarzaron en suicidas
peleas partidistas, lo que produjo una gran inestabilidad política: en sólo dos
años hubo tres elecciones generales y seis gobiernos. Amadeo, no viendo salida
a esta situación, abdicó en febrero de 1873. Las Cortes aceptaron la
renuncia, proclamaron la República y eligieron a Estaislao Figueras como
presidente.
6.3.3. LA PRIMERA REPÚBLICA 1873.
El nuevo régimen heredó todos los
problemas anteriores. En el exterior, sólo EEUU y Suiza reconocieron y apoyaron
al nuevo régimen. La república era mirada con recelo en Europa porque se asociaba al peligro de una revolución
social. En el interior era rechazada por los carlistas y por los sectores más
conservadores, que se iban organizando como alfonsinos con apoyos
importantes entre las clases medias.
Sus partidarios no tenían una visión
común de lo que debía ser la república. Para la burguesía debía traer
democracia, derechos individuales y desarrollo económico. Para el campesinado y
los trabajadores urbanos debía aportar reformas sociales: reparto de tierras,
mejores salarios reducción de la jornada laboral, eliminación de consumos y
quintas. El propio movimiento republicano estaba dividido entre federalistas
y unionistas.
Las elecciones constituyentes
convocadas por el primer presidente, Figueras, fueron ganadas por el partido
republicano federal que dirigía Francesc
Pi y Margall. Convertido en
el segundo Presidente, éste impulsó la elaboración de otra constitución (1873) que definía a España como una República
democrática y federal constituida por 17 estados, entre ellos Cuba (era un
último intento de poner fin a la rebelión independentista).
Estaba muy influida por la
constitución estadounidense. Incluía una amplia declaración de derechos y la
afirmación del Estado laico. El poder legislativo lo desempeñarían dos cámaras,
ambas de elección directa, con un Senado formado por cuatro representantes por
estado. La constitución no llegó a entrar en vigor. A comienzos de julio se
desencadenó una insurrección cantonal.
6.3.4. LA GUERRA DE CUBA.
En Cuba existía un movimiento liberal
de pequeños y medianos propietarios de la tierra que aspiraba a poder tener un
mayor peso en la política. Ante la negativa española, el movimiento se
transformara en una auténtica revolución independentista al “Grito
de Yara”.
Coincidiendo con el Sexenio Revolucionario en la Península, la guerra estalla un 10 de octubre de 1868 con dos hechos a favor de los cubanos: la escasez de recursos militares por parte de España, y el interés y ayuda de EEUU a Cuba porque ansiaban controlar el negocio azucarero. Durará diez años, de 1868 a 1878 y termina con la firma de la Paz de Zanjón por el que el ejército independentista cubano se rinde ante las tropas españolas. En Cuba no se consiguió ni la independencia, ni la abolición de la esclavitud, pero com en otras ocasiones, la semilla estaba sembrada.
Coincidiendo con el Sexenio Revolucionario en la Península, la guerra estalla un 10 de octubre de 1868 con dos hechos a favor de los cubanos: la escasez de recursos militares por parte de España, y el interés y ayuda de EEUU a Cuba porque ansiaban controlar el negocio azucarero. Durará diez años, de 1868 a 1878 y termina con la firma de la Paz de Zanjón por el que el ejército independentista cubano se rinde ante las tropas españolas. En Cuba no se consiguió ni la independencia, ni la abolición de la esclavitud, pero com en otras ocasiones, la semilla estaba sembrada.
6.3.5. LA TERCERA GUERRA
CARLISTA 1872-1876.
En 1872, tras la caída de Isabel II y
la llegada de un rey extranjero Amadeo I,
el nuevo pretendiente, Carlos VII, volvió a levantar a sus partidarios,
iniciándose la tercera guerra carlista. Los carlistas, arraigaron en el País
Vasco y Navarra, estableciendo su capital en Estella, pero sin conseguir
tampoco conquistar ninguna de sus capitales, aunque con la proclamación de la I
República en 1873, consiguieron la adhesión de monárquicos, consiguiendo la
expansión por parte de la meseta norte, sólo a partir de 1874, con la
Restauración monárquica con Alfonso XII, fueron derrotados, meses después el
gobierno abolía los fueros de Navarra y las provincias vascas.
La cuestión foral
El ministro de la Gobernación de María Cristina, Javier de Burgos, trató
de rematar en 1833 el proceso de centralización política iniciado por
Felipe V con los Decretos de Nueva Planta. Para ello estableció una nueva
división del territorio español en 49 provincias que implicaba suprimir los
Fueros vascos y navarros. La evolución
de la guerra carlista, sin embargo, llevó a la necesidad de firmar el Convenio
de Vergara, según el cual el estado se comprometía a respetar los fueros
siempre y cuando no entraran en conflicto con el orden constitucional. En
teoría ello suponía eliminar las aduanas interiores, así como los privilegios
fiscales y militares que habían venido disfrutando. En la práctica, Navarra
perdió su condición de reino y sus Cortes, pero su contribución al estado en
tributos fue mínima y en soldados nula. Las provincias vascas también perdieron
su institución tradicional, las Juntas Generales, pero quedaron en una
situación fiscal y militar similar a la de Navarra. Este régimen foral especial
se mantuvo hasta el final de la tercera guerra carlista, cuando finalmente
desapareció como consecuencia de la derrota del bando carlista en 1876.
6.3.6. LA INSURRECIÓN CANTONAL
Al
federalismo moderado de Pi y Margall se opusieron los federales “intransigentes” o cantonalistas, que defendían una federación española
construida desde abajo: cada comarca o región debía constituirse en un “cantón
independiente” que de forma voluntaria se integraría en la República federal.
El movimiento cantonalista, extendido por el levante y el sur de
España (el principal exponente fue el cantón de Cartagena y el de Málaga), hizo
fracasar el federalismo moderado por lo que Pi y Margall se vio forzado a
dimitir.
Le sucedió Nicolás Salmerón quien, partidario de una república unitaria, recurrió al ejército para acabar con la insurrección cantonalista; pronto se vio obligado a dimitir por negarse a firmar unas sentencias de muerte exigidas por los militares.
El cuarto presidente, el famoso orador parlamentario Emilio Castelar, intentó establecer una república conservadora: restableció las quintas, suspendió varios derechos constitucionales y ordenó un alistamiento masivo. Logró sofocar el levantamiento cantonal, pero perdió una moción de confianza, ante unas cortes de mayoría federalista.
Le sucedió Nicolás Salmerón quien, partidario de una república unitaria, recurrió al ejército para acabar con la insurrección cantonalista; pronto se vio obligado a dimitir por negarse a firmar unas sentencias de muerte exigidas por los militares.
El cuarto presidente, el famoso orador parlamentario Emilio Castelar, intentó establecer una república conservadora: restableció las quintas, suspendió varios derechos constitucionales y ordenó un alistamiento masivo. Logró sofocar el levantamiento cantonal, pero perdió una moción de confianza, ante unas cortes de mayoría federalista.
Para evitar el nuevo triunfo de los
federales, el ejército dio un golpe de estado en enero de 1874; unidades de
ejército ocuparon los puntos clave de la capital, mientras se estaba decidiendo
en nuevo gobierno; el general Pavía entró en el Congreso (3 enero 1874), disolvió
las Cortes y anunció un gobierno militar presidido por el general Serrano. El golpe estaba minuciosamente
preparado por los militares y la oposición conservadora y acabó con la I
República.
Serrano actuó en varios frentes: reprimió
el cantonalismo y el movimiento obrero (ilegalización de la AIT ) y trató de poner fin a
las guerras carlista y cubana. Pero la República autoritaria de
Serrano, de hecho una dictadura militar, estaba condenada al fracaso.
La burguesía, hasta entonces
revolucionaria y a partir de ahora conservadora, se unió a la nobleza, la Iglesia y los monárquicos.
Cánovas del Castillo fue aislando políticamente a Serrano
y fue ganando apoyos crecientes a la
alternativa por él preconizada: la Restauración de la monarquía en la
persona de Alfonso, el hijo de Isabel II.
A finales de 1874 fue hecho público el
Manifiesto de Sandhurst, firmado por Alfonso pero redactado por Cánovas.
Pretendían una vuelta pacífica de la monarquía, dialogante y
constitucional. Pero el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto a favor de Alfonso XII, dando paso a la Restauración.
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